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PabloLuna

«No cabe ni un alfiler» ... ¡La calle es lo mejor!

«No cabe ni un alfiler» ... ¡La calle es lo mejor!

Uno de mis grandes amores y pasiones, como bien lo saben es -y si no lo saben acá se enteran-, es esa gran debilidad que tengo -no, no es esa que estás pensando Miguelito- es simplemente ella, que muchas veces la siento "ya de peso" y en otras completamente bella y fresca: La Palabra. Y en sus diversas formas, sea escrita, hablada y hasta dibujada.

El día de hoy hubo una velada de cuentos, «Swami Sarveshwarananda Giri y cuentos de sabiduría» tAMBIÉN LO ACOMPAÑARÁ fRANÇOIS vALLAEYS, quien es uno de mis maestros en este maravilloso arte de contar cuentos. El asunto es que está bien que quien les escriba sea peruano, pero tan, tan peruano no soy, es decir impuntual creo no serlo. Despistado -paradójicamente- en algunas ocasiones tal vez. Y sí, esta fue una de ellas. Porque sucedió que tomé el carro equivocado, y ches! caramba! por ende llegué tarde y ya el teatro estaba cerrado, porque dicen los que trabajan ahí cosa que no creo literalmente hablando "que no cabía ni un alfiler". Iba a responder que soy delgado, ligeramente espigado, con una estirpe de un fino alfiler, pero cerraron la puerta para todos. Y bueno, ni modo. Resignarse a no poder oír el arte de la narración oral de los cuentos.

Eramos cerca de cincuenta personas las que nos quedamos afuera. Pero no sé porqué extraña razón, nadie quería irse. Como dicen, -y afirmo también-, que la esperanza es lo último que se pierde. Pues éramos el grupo de los "esperanzadores". Con un frío más o menos intenso, -al menos para mí que como algunos saben, estoy en proceso de recuperación bronquial, porque repetir el plato de trece inyecciones, que lo haga su abuelita, yo no-, por ello había ido bien abrigado como un esquimal. Y todos seguían ahí, estaban esperando algo. Quizá que se abra la puerta para entrar como un torbellino, quizá la utópica idea que ahora sí entre algo más que un alfiler, o incluso que algunos por a o b motivo salgan y tener entonces un espacio para estar ahí y escuchar a los maestros.

Aquí -me parece, es idea mía, solo lo pienso en voz alta, no se vaya pensar que es una crítica alturada o que me quedé picón por no entrar- debió aplicarse, ese estribillo que no olvido de mi infancia de la obra "El diluvio que viene", esa parte introductoria que tanto me gustaba porque es un canto a la amistad:

 

«Un nuevo sitio disponed,

para un amigo más

un poquitito os estrechéis,

un poquitito os estrechéis

y se podrá acomodar.

Para eso sirve la amistad,

para estar en reunión,

amémonos con libertad y con el corazón

que él con su amor nos cantará (nos contará)

y alegrará la reunión»

 

En fin, en fin, ya estaba dicho: No hay sitio. Nadie más puede entrar. ¡Ni un alfiler! Pero siempre se puede... Además en el Perú TODO ES POSIBLE! En fin, que "nuevo sitio disponed ni ocho cuartos", calabaza calabaza cada uno a su casa. Entonces, con el corazón partío, un poco asado también, empecé a apartarme e irme. Pero ya en la esquina, sentí que debía voltear, porque algo pasaba.

Sucedía que...

Salió Francois, el maestro, mi maestro en el arte de contar. Y viendo toda la gente afuera que se había quedado con las ganas -de ver el espectáculo, que te pensabas Miguelito?-, él muy práctico dijo: ¡cuenten ustedes aquí! Y señalando a Briscila dijo: "Tu sabes contar cuentos, comienza!" Y ella, ya acomodada -sentada en el chasis delantero de una cuatro por cuatro-, viendo a lo lejos que me acercaba, me miró y lanzó la pelota señalándome como cuando somos niños, y queremos revelar una verdad: "El también cuenta cuentos". Y yo, ups! miré a la izquierda, miré a la derecha, miré a esta luna tan bella, y luego la gente al mirarme sonrió.

Briscila contó un par de cuentos muy amena, muy fresca, muy ella. Y la verdad, me decía a mi mismo que si es que tenía que contar cuento alguno, no sabía cual o qué. Y contar vida, ni loco, porque es tan aburrida para algunos, y/o tan intensa para otros. Además, para que ventilar lo que Miguelito tanto desea saber y que bien conoce, (Aquí un paréntesis. Bien lo confesaré, se los contaré: Recuerdo cuando lo conocí, -a Miguelito- fue cómo decirlo mmm... esteee... bueno está bien, fue en uno de esos viajes locos que uno hace por el mundo, y sí pues en uno de ellos reconocí a un paisano mío, a Miguelito, fue ... fue... bueno ya, fue en un burdel en Pekin. El dice y jura hasta ahora que estaba haciendo cola para el tren, -que así como yo hoy despistado tomé el carro equivocado-, él más despistado aún, estaba haciendo la cola para ingresar al tren... Y bueno le creí, a pesar de las luces rojas, a pesar de ese aire y esa atmósfera que sólo algunos lugares tienen... y bueno, me puse en la cola también... El final luego se los cuento, si hay tiempo e inspiración. En fin, asi fue como lo conocí. Fin del parentésis).

Volvamos a lo nuestro, a nuestra experiencia de esta noche, -Que no Miguelito, que obsesión con el plano amatorio, que me refiero al arte de contar cuentos. En fin en fin- Por otro lado, creía que no me sentía realmente "inspirado". Pero ya sabemos que esto de estar "inspirado" es un tonto pretexto, una excusa infame y banal, porque la inspiración nunca llegará hasta que te lances a nadar. Le cedí el turno a Andrés que era su primera vez, -en el arte de contar-, y luego poco a poco fui armando ahí en mi mente una adaptación de una bella tradición peruana de Ricardo Palma, "El Nazareno". Búsquenla y verán que es espectacular: la contradicción en su máxima expresión, pero como les menciono la adapté a los tiempos actuales. Fue muy interesante también como al final la gente dio un "Ohhh" y escuché un hondo suspiro de sorpresa y fuerte asombro por el desenlace. (Y como ustedes no fueron, se la perdieron... Lástima que sea tan amoroso, y tenga muchos amores. Y el romance que tengo con la palabra hablada y el arte de contar, no es el romance que tengo con la palabra escrita contándoles aquí lo sucedido). Por ello, no se los contaré, el cuento digo. Sigamos con la experiencia.

Luego el doctor Pérez-Albela (www.biendesalud.org) también se lanzó a contar. Un par de historias amenas. Y una de ellas para niños! Eso fue muy bueno también. (Cosa que debo hacer mucho más!) Finalmente, volví a sentarme en el chasis delantero, el lugar, el trono imaginario para los contadores que pasaban por ahí, y conté aquella historia de "Sakarandá", que tanto me gusta, y que francamente esa, sí que nunca la había contado. He contado muchas, pero Sakarandá nunca. (No se preocupen, ésta, sí la encuentro la compartiré con vosotros). En fin, el asunto es que francamente fue una experiencia alucinante la de hoy. El hecho de compartir todos y con todos, sentados al que le tocaba en la cuatro por cuatro, y sentir la magia del cuento, que efectivamente se cuenta solo, cuando todo está muy claro, y de la palabra hablada fue alucinante. Y sólo los aplausos reflejan el sentir.

Así que los que estuvieron adentro, escuchando a los famosos, y los que no nos dejaron entrar porque ya no cabía un alfiler, se perdieron el show que se llevó afuera con nosotros, pero por el cual y por la emoción, nos olvidamos de pasar el sombrero como ellos también.

Un fraternal abrazo a todos!

Y sigan (sigamos) contando historias!!!

Pablo

3 comentarios

Patricia Anaya -

hermoza experiencia Pablo!
Patricia

Fanny Mora -

Espectacular Pablo!!!
sencillamente excelente!
qué bien que escribes, tu si que tienes un transparente romance con la palabra como dices tu y creo que es biunívoco, es decir, de ida y vuelta!
Si que me la perdí! ... entonces... ojalá podamos repetirla pronto!
y que nos cuentes Sakarandá por supuesto!
Cariños sinceros
Fanny

montse -

Que bonita historia... y asi fué como pasasteis de espectadores a protagonistas en un abrir y cerrar de ojos, asi fué como la calle se convirtió en un teatro improvisado al que nadie pudo negaros la entradea.
Quizá los que contabais los cuentos no erais maestros, ni famosos, pero igual tuvisteis vuestro momento de gloria. ¡Genial! Un aplauso para todos vosotros.
Hay que saber disfrutar de la vida y de cada pequeño momento
Un abrazo
Montse