«Esos ojos negros»
La música tiene un sitial muy grande en mi alma. Llega a ser el lenguaje de los ángeles, como también en otros casos el susurro de los demonios. (Esto es mío. No te lo piratees eh?, Jeje). Los que me conocen saben de mi "libertinaje" para con este arte, perreo incluído. La música es todo un universo que toca fibras difíciles de describir con palabras. Justamente, por ser otro arte, las palabras faltan y/o sobran.
Recuerdo muchos temas musicales, y algunos marcan etapas en mi vida. Es lo común, a todos nos pasa. En la voz de Agnetha diríamos "Thank you for the music, for giving it to me". Mas aún cuando son obsequiados -y al tener una sensibilidad particular para con ellos al recibirlos- interna sobre todo, difícil de comentar. Sensaciones que se traducen en y por el contexto: de quién viene, el momento, el tema en sí, su letra (si es que lleva alguna), tienen un valor agregado al arte mismo de la música. Incluso en el género que sea (otra vez perreo incluído). Porque las emociones están y son en todos los seres humanos. Porque a todos nos toca vivir similares circunstancias -de fondo- en entornos muy diversos y antagónicos.
Pero también este valor agregado -el momento mágico, el calor de la amistad, una bonita cena, una alegre juerga, un posible romance, una noche especial, etc, etc, etc- puede ser altamente decepcionante, y hacer que hasta la más bella melodía o balada pegajosa ya no tenga el sabor inicial con el que llegó. Cosa que reconozco muy poco me ha pasado. Gracias a Dios, siempre los temas musicales han llegado en un contexto prácticamente mágico y sorprendente. Es mi suerte. Por eso esta vez, por ser algo inusual en mí, esto que me ha pasado, por ser algo novedoso -en mi vida (hay que recalcar la aclaración)-, lo comento. Quizá para ti, quizá para medio mundo es lo habitual. No lo sé. Las historias están por todas partes.
Todos los temas musicales que adoro tienen una historia muy particular. (De paso también lo cuento, para alimentar el morbo de todos mis amigos "lectores vouyeristas" que les encanta nutrirse de lo que llenan sus ojos e imaginación con mis palabras. Eso ellos mismos me lo han dicho. No se preocupen, yo soy uno de vosotros también. Solidarización total y pocas meas culpas, porque estamos en el mismo barco. Todos tenemos de todo). He aquí la historia:
Esos ojos negros
(Diego Vasallo)
Esos ojos negros, esos ojos negros
no los quiero ver llorar
tan sólo quiero escuchar, dime
lo que quiero oír, dime
que vas a reir, dime
dime ahora que duerme la ciudad.
Un tema que me cautivó cuando lo oí por primera vez. (Duncan Dhu, aquel personaje de Stevenson). Con ese sabor de intimidad fraterna, de apoyo en el hombro o ¿en el hombre? (no sé si se apoyaban en mí más bien), y lo más importante de esperanza que uno muchas veces necesita. Sí, mis ojos tal vez estaban llorando sin darse cuenta, y en esos instantes necesitaban de un oído atento, de esos que ya no existen ni se ven. De esos que el egoísmo aún no ha hecho mella alguna. Osea de esos que ya no hay.
Es entonces cuando en este transcurrir del día a día, con este comunicarme con medio mundo, aparece de la nada, sorprendente y misteriosamente David (Léase por favor con un huachafo pero simpático acento pseudo greengo: téivit, algo asi, más o menos). Luego de unas cuantas conversas, me regaló este tema musical «Esos ojos negros». Me sorprendió de por sí el acto generoso de dar. De él. Porque yo, como dice Blanche, aún "creo en la bondad de los desconocidos". Pero. Pero. Pero él no parecía a primera vista -por sus actos-, alguien precisamente generoso, sino más bien devoto de la virgen del puño, pequeños detalles me lo decían. Prejuicios míos probablemente. Tal vez. Tal vez. Y por muy trivial, banal, irrisorio y anodino, -para muchos- que pueda parecer el segundo siguiente comentario, en ese momento sí era importante: decía ser del signo Leo. Cosa que dudaba mucho por su manera de ser. Un leo siempre se distingue por otros detalles. No importa incluso que tenga esta forma tan delicada que colindaba con un exceso de amabilidad pareciendo el amaneramiento de Valdelomar, porque al final de cuentas, si era Leo, un león es siempre un león. Hasta en su diminutivo, un leoncito siempre es un leoncito. Incluso en la tan alturada Suiza francesa. Pero bueno, él decía ser un león, yo lo dudaba, pero a modo de voz de conciencia, me repetía ante mí mismo "Pablo, tu «olfato» es vulnerable, puede fallar", no hay que ser tan desconfiados. A lo mejor sí es leo y no es tacaño.
Luego, este extraño dizque león se mostró: desgarbado, con los cabellos alborotados, y empequeñecido, con una sonrisa muy amable, pero escondiendo los más oscuros y fogosos deseos que no podía tapar tan de buenas a primeras. Cuando fui a darle el encuentro en el hotel, y me di cuenta de lo ingenuo e inocente que un verdadero leoncillo, como Simba, puede ser. Su sonrisa era otra, demasiado fraterna, tal vez quería ver "Esos ojos negros", pero yo no estaba llorando, y tampoco necesitaba un afecto que él quería proponer. Porque me di cuenta que era nada más y nada menos, un perro. No sé si en el zodiaco tradicional habrá un perro, cabras sí que las hay, aunque en el chino el perro es recordado. Pero este tío, era cualquier cosa menos un león, era un perro, o una cabra. Luego lo confirmé.
"Los perros" -cuando se usa este sujeto aplicándose a los humanos masculinos-, tienen una connotación poco amable. Son los sucios, los obcenos, los lujuriosos incluso. Pues nuestro amigo téivit, lo era. En un breve segundo, al sentarse demasiado cerca a mi persona lo presentí; al ver esa sonrisa de extraña complacencia achinando los ojos cada vez más, y demostrando sin poder ocultar el deseo latente en él. Salté como un resorte de aquel sofá, y le pedí usar el computador portátil. (Ese día no sé porque, pero estaba fastidiado. Hay días que a uno no le sale nada bien y uno está un poco perturbado, y encima como para rematar la cosa, viene una versión burda y chabacana de "Una propuesta indecente". Sí, como me lees, dejó un fajo de billetes en una mesita, antes de ir al baño, -no era un millón de dólares, pero algo había- de verdes y jugosos billetes, ofrecidos como una generosa recompensa. A buen entendedor pocas palabras. (Ahí sí parecía ser generoso, o tal vez quería probar no sé qué cosa).
Vi su computador portátil, casi todo estaba en francés -porque hay que decir que téivit habla francés, alemán, y cuchucientos idiomas más, un orgullo muy personal, más que su orgullo gay definitivamente (porque lo tiene y parece no reconocerlo, ni comprenderlo)-, pero no hay que ser muy ducho en idiomas, para poder navegar en la net sin problemas. Salvo que sea chino o sánscrito, ahí la cosa cambia. Pero cuando iba a entrar a mi blog desde su ordenador, puse la "p" en la barra del navegador y ¡Oh! aparecieron muchos enlaces con "p" que me llevaban a diversos «penis deseosus», «penis gloriosus», «penis ansiousus» -por ejemplo, por decir alguno-, muy grandes y gigantes, que parecían en estas épocas patrióticas las astas de banderas o los recuerdos de antiguos obeliscos. Volteé la mirada y vi a téivit, luego miré el billete, y me di cuenta que se había dado un buen baño. ¡Oh my God! (Es que a téivit le encanta decir siempre algunas frases en inglés). Me levanté de la silla. Y fue ahí cuando lo vi, desnudo, solo. Miré su cobardía y falta de sinceridad. Eso brillaba en ese momento. Ya entendía porque nunca quiso hablar de Freud. ¿Qué costaba ser honesto?
(Tiempo antes hubieron muchos momentos de tocar el tema del sexo, Mr. Freud y compañía. Justamente porque me gusta poner las cosas claras cuando me iba dando cuenta que se iban poniendo medio "rosadas", siguiendo el sabio consejo de la sabia Minerva de barrio, "Más vale un momento colorado que cientos amarillos"). Hubiera sido mejor, por parte suya, al menos no negar nada tan severa y enfáticamente, para luego mostrarse todo un lobo disfrazado de cordero, mejor dicho un perro disfrazado de cordero, o una cabra disfrazada de cordero. Mejor hubiera sido simplemente callar, no negar. Nada más. Porque nuestro amigo téivit, había jurado y rejurado por todos los santos habidos y por haber que el nunca, ni había probado, ni probaría, ni pensaría siquiera la remota posibilidad -en este siglo de la bisexualidad- ni en sueños siquiera el tener un pensamiento de esa índole.
Con cuarenta años al hombro, téivit, sufría. Eso era lo más terrible. Cuando él decía -como muchos símiles- que todo era paz, amor y felicidad en su vida. Todo ese patetismo me indignó notablemente. Y ni loco iba a fungir de psicoanalista. Me enfurecí como un león y ni corto ni perezoso salí de la habitación abruptamente, indignado -¡ahora que lo pienso hubiera agarrado el fajo de billetes!-. Era tarde. Muy tarde ya. Me detuve un instante, mirando como un idiota la luna redonda en el cielo y pensando en el drama de téivit. Pero muy molesto por sus intenciones. Entonces decidí regresar para ver si podía coger aún los billetes. Jejeje. No, no, qué va, iba a ir más que nada para cortar por lo sano. Para cerrar el círculo. Pero el lobby del hotel me dijeron: "Habitación 306. téivit, el pastor protestante, acaba de salir". ¡Mierda! No estaba entonces tan lejos en mi analogía mental lobo-perro-cabra-cordero. ¡Pastor protestante! Me cayó como un baldazo de agua fría. Y luego el dependiente agregó: "Si gusta, puede leer incluso algunas de sus publicaciones teológicas. Nos ha dicho que las repartamos". Al ver una de ellas, observé que en la contra portada estaba el mes de su cumpleaños, y efectivamente, mi intuición tenía razón, no era leo, era cabra.
Salí y el destino quiso que lo viera. Pero él ni cuenta se dió. Estaba en otro mundo. Pude ver todo el panorama, como quien ve una película en el cine. (Que no es lo mismo que ver TV). Vi toda la escena, la pantalla gigante de la vida como diciéndome o enseñándome algo. Vi como caminaba desesperado, apurado, alunado. Sus pies iban veloces. Estaba ansioso, con ganas, deseoso, lujurioso. Hirviendo la sangre por ser poseído. O ya estaba poseído por sí mismo. Caminaba con apremio, como un adicto hacia su expendedor. Y cuando llegó, ahí, en esa lúgubre esquina con muy poca iluminación; un hombre grande, fornido, medio mulato, algo sucio, con los pantalones ajustados y un aire de dandy venido a menos, lo esperaba. Ambos se miraron con ardor, se reconocieron, caminaron y entraron al hotel.
Hoy acabo de escuchar este tema de Duncan Dhu. Y siempre la esperanza es alentadora. Felizmente, ya no lo asocio a téivit, a un susurro falso y encubierto por el querer usar a la gente, por el engaño, decía sentirse mi hermano mayor. (Una cosa es que las cosas se den, otra que las premedites. -Aunque quizá al final, es muy cierto eso que decía la cocinera de la vieja casa, "todos tiran agua para su molino"-. No soy juez, no puedo serlo, no soy quien, ni pretendo ello. Además «El que esté libre, que tire la primera piedra... ». Pero al menos, si me lees, un poco de honestidad no hubiera estado mal, "¿hermanito mayor?"). A veces uno es demasiado ingenuo. A veces, todo esto hace que uno ya no quiera creer. Pero felizmente, ya no hay decepción. Ya lo gris desapareció. Felizmente, mientras escucho la canción, la letra toma su verdadero cauce de esperanza y la nobleza impera sobre la indignación. ¡Lo hace, lo logra! Porque en estas noches de invierno, con ligeras lloviznas nocturnas y matutinas, mientras observo el cielo por la ventana de mi habitación, creo que efectivamente los buenos tiempos volverán, los buenos tiempos la lluvia los devolverá.
La lluvia cae sobre el suelo gris
el tiempo pasa y no puedo reir
la noche es larga, mi voz amarga
hoy he visto despertar el sol
y tus pupilas brillarán
pero espera, descuida, y ya verás,
los buenos tiempos volverán,
pero espera, descuida, que ya
vendrán, la lluvia los devolverá.
Gracias a Duncan Dhu por este regalo.
1 comentario
Montse -
Un saludo Pablo!!