Resumiendo la Ausencia!
Desde el famoso día de la patria de ESTE país, el que lea entienda -ósea, en este caso, vea artículo anterior, aquí abajito no más-, la ausencia se apoderó de mí sin darme cuenta.
Los días pasan cada vez tan apresuradamente y los eventos y acontecimientos se dan con una rapidez que apenas los miramos ya pertenecen al pasado y nos damos cuenta que el presente es más que efímero. Hasta de estación hemos cambiado, aunque el clima se rebela, y yo, ausente. Olvidado, irresponsable también, perezoso y relajado, sin retomar el tiempo debido para este blog, que algunos olvidan, que a otros interesa, y que a otros más hasta perturba tanto así que quieren regurgitar las palabras leídas seguramente, y que algunos los más cuerdos ni les interesa para nada. Pero hay para todos los gustos. En las épocas de la diversidad siempre tiene que haber de todo y para todos los gustos y tendencias.
Y esta ausencia tiene sus causas, la primera de ellas, la mejor: la celebración. Como buen hedonista, el celebrar está presente siempre, en las buenas y en las malas. Más aún al celebrar un cumple menos. Como en provincia, celebrando una semana antes y una semana después. Claro, celebrando con los que se acuerdan por supuesto, que como los elegidos, son pocos felizmente. (Felizmente, por el presupuesto!) Luego de esta grata celebración, como todo tiene su costo, el destino -mágico pero a veces cruel- me pasa la factura una vez más, -aunque no a mí sino a mis bronquios-, y me dice que el invierno no es tan buen compañero mío, entonces a invernar por otros lares, y si no puedes, pues a batallar invernando. Ósea una batalla más, en este universo que es mi vida, que como el de todos, tiene inmensas batallas cotidianas.
Por esos días, hubo nueva fiesta, la casa, el Callao y los locos cumplían un año más, pero ni modo, prohibido celebrar, achacoso no se puede. Los últimos días de agosto y los primeros de setiembre fueron los peores, y no era el único que ya parecía un tísico con el cof, cof, cof, que media ciudad emitía, hasta que el renacimiento llegaba ligeramente luego de una recatafila de brebajes y pastillitas. Así pude al menos presenciar lo tan olvidado, y hasta impresionable para muchos jóvenes sensibles como yo, (y no soy el único, hay una masa inmensa, -tremendamente inmensa- que lo confirma), lo aterrador, lo que toma dimensiones mefistofélicas, las broncas que día a día se abrigarán, lo que va contra mis principios, contra los principios de esta relativa sociedad actual: el matrimonio. Se celebró en casa. Los novios, tan felices ellos, tan lindos, tan enamorados. José y Julie. Fiel a mis principios, no fui a ver la firma de semejante acto, pero fiel al hedonismo participé activamente en la celebración. Aproveché para desquitarme con una de mis inmensas y olvidadas debilidades, la bebida. Lo admito, lo confieso. La naturaleza me dio una buena habilidad con ella, y hasta ahora recordé que ni las mezclas me confundían. Pero medio mundo no puede entender que uno pueda estar alegre, y no necesariamente beber. Dicen que mi alegría es excesiva, y no es posible sea real y menos natural, y es fruto mínimo de algún estupefaciente seguramente, o mínimo el alcohol. Entonces, para darles el gusto, y no contradecir, porque soy obediente, y mucho me interesa el qué dirán, no me di la juerga de mi vida, pero al menos el trago estuvo buenazo. Tanto así que yo parecía el novio, y apareció otra novia, y no recuerdo ya donde terminamos. Ah! Sí, en un bar de mala muerte como el bar "La Catedral" de Zavalita. Que por esos días terminaba semejante obra también.
Pero como nada dura para siempre, y las felicidades son fugaces. Como si fuera un pecado vivir feliz, ahora sí se asoma la tristeza. Al día siguiente de narrar en una Velada alucinante por la paz -que muchas más deberían hacerse- "haz el bien sin mirar a quién", la historia de la collota, que algún día les contaré, me enfrento otra vez con la muerte. Para los que no saben, la muerte no sé qué quiere conmigo, flirtear, enseñar, asustar, intimidar, ponerme en tierra, no sé qué, pero cuando aparece lo hace de una manera poco festiva, como me gustaría, tampoco lo hace solemne, al menos respeto le tendría, sino que aparece impactante y hasta brutal. La primera fue con mi abuelo, como diría mi amiga Montse, yo era un crío, de tan solo dieciocho, y veo como el viejo se fue, misma pela hindú o mexicana, dramático el momento. Luego, con el tío físico culturista, el ex mister Perú, que impresionantemente tuvo su ataque en mi presencia y "hasta mañana baby", se fue. Si bien esas dos muertes fueron muy directas, infragantes, in situ, y vivenciales -como me gusta la contradicción, "la muerte vivencial"-, la tercera que se ha dado en mi vida, no ha sido tal. Ha sido lejana, pero terrible. "Tu mejor amigo de la infancia, ha fallecido, lo han asesinado". Para que los morbosos -y chismosos indiscretos, como yo seguramente- se queden con la miel en los labios, no contaré como fue. Pero sí, me chocó. Mucho. No pensé ver tanta gente en un entierro, como mil personas. Y al recordar mi niñez, hermosa niñez, había olvidado que los años habían pasado, y que las vidas de todos cambian constantemente. El encuentro con su madre, fue uno de los más dolorosos que me ha tocado presenciar. Como quien llega a un pueblo nuevo pasados veinte años, aparecía en un lugar extraño para mí. Era un forastero, y todos se preguntaban porqué ante él la madre tiene tal desahogo. Y mi mente empezó a sentir. Recordar, rememorar, volver a vivir. ¿Por qué tiene que ser así? Y nuevamente la incerteza es la respuesta. La ausencia se apodera de todo sin que menos nos demos cuenta, y ahora que despierto, veo que ya todo está pasando. Que la vida sigue su curso, y que nos toca a nosotros continuar. No sé qué misterio hay en el dolor, no sé que enseñanza oculta y profunda se esconde detrás. Solo el tiempo quizá me lo pueda demostrar. A lo mejor, es tiempo de cambios, de ir adquiriendo nuevas percepciones, de acercarnos más, antes que sea demasiado tarde. Porque a veces, aunque no lo quiera, lo pienso.
Pero como dice Vasconcelos, -a diferencia de García Márquez, donde el amor puede matar a muchos de sus personajes-, "Ni el dolor ni la tristeza matan" ¿será verdad?
Un saludo a todos,
Pablo
Los días pasan cada vez tan apresuradamente y los eventos y acontecimientos se dan con una rapidez que apenas los miramos ya pertenecen al pasado y nos damos cuenta que el presente es más que efímero. Hasta de estación hemos cambiado, aunque el clima se rebela, y yo, ausente. Olvidado, irresponsable también, perezoso y relajado, sin retomar el tiempo debido para este blog, que algunos olvidan, que a otros interesa, y que a otros más hasta perturba tanto así que quieren regurgitar las palabras leídas seguramente, y que algunos los más cuerdos ni les interesa para nada. Pero hay para todos los gustos. En las épocas de la diversidad siempre tiene que haber de todo y para todos los gustos y tendencias.
Y esta ausencia tiene sus causas, la primera de ellas, la mejor: la celebración. Como buen hedonista, el celebrar está presente siempre, en las buenas y en las malas. Más aún al celebrar un cumple menos. Como en provincia, celebrando una semana antes y una semana después. Claro, celebrando con los que se acuerdan por supuesto, que como los elegidos, son pocos felizmente. (Felizmente, por el presupuesto!) Luego de esta grata celebración, como todo tiene su costo, el destino -mágico pero a veces cruel- me pasa la factura una vez más, -aunque no a mí sino a mis bronquios-, y me dice que el invierno no es tan buen compañero mío, entonces a invernar por otros lares, y si no puedes, pues a batallar invernando. Ósea una batalla más, en este universo que es mi vida, que como el de todos, tiene inmensas batallas cotidianas.
Por esos días, hubo nueva fiesta, la casa, el Callao y los locos cumplían un año más, pero ni modo, prohibido celebrar, achacoso no se puede. Los últimos días de agosto y los primeros de setiembre fueron los peores, y no era el único que ya parecía un tísico con el cof, cof, cof, que media ciudad emitía, hasta que el renacimiento llegaba ligeramente luego de una recatafila de brebajes y pastillitas. Así pude al menos presenciar lo tan olvidado, y hasta impresionable para muchos jóvenes sensibles como yo, (y no soy el único, hay una masa inmensa, -tremendamente inmensa- que lo confirma), lo aterrador, lo que toma dimensiones mefistofélicas, las broncas que día a día se abrigarán, lo que va contra mis principios, contra los principios de esta relativa sociedad actual: el matrimonio. Se celebró en casa. Los novios, tan felices ellos, tan lindos, tan enamorados. José y Julie. Fiel a mis principios, no fui a ver la firma de semejante acto, pero fiel al hedonismo participé activamente en la celebración. Aproveché para desquitarme con una de mis inmensas y olvidadas debilidades, la bebida. Lo admito, lo confieso. La naturaleza me dio una buena habilidad con ella, y hasta ahora recordé que ni las mezclas me confundían. Pero medio mundo no puede entender que uno pueda estar alegre, y no necesariamente beber. Dicen que mi alegría es excesiva, y no es posible sea real y menos natural, y es fruto mínimo de algún estupefaciente seguramente, o mínimo el alcohol. Entonces, para darles el gusto, y no contradecir, porque soy obediente, y mucho me interesa el qué dirán, no me di la juerga de mi vida, pero al menos el trago estuvo buenazo. Tanto así que yo parecía el novio, y apareció otra novia, y no recuerdo ya donde terminamos. Ah! Sí, en un bar de mala muerte como el bar "La Catedral" de Zavalita. Que por esos días terminaba semejante obra también.
Pero como nada dura para siempre, y las felicidades son fugaces. Como si fuera un pecado vivir feliz, ahora sí se asoma la tristeza. Al día siguiente de narrar en una Velada alucinante por la paz -que muchas más deberían hacerse- "haz el bien sin mirar a quién", la historia de la collota, que algún día les contaré, me enfrento otra vez con la muerte. Para los que no saben, la muerte no sé qué quiere conmigo, flirtear, enseñar, asustar, intimidar, ponerme en tierra, no sé qué, pero cuando aparece lo hace de una manera poco festiva, como me gustaría, tampoco lo hace solemne, al menos respeto le tendría, sino que aparece impactante y hasta brutal. La primera fue con mi abuelo, como diría mi amiga Montse, yo era un crío, de tan solo dieciocho, y veo como el viejo se fue, misma pela hindú o mexicana, dramático el momento. Luego, con el tío físico culturista, el ex mister Perú, que impresionantemente tuvo su ataque en mi presencia y "hasta mañana baby", se fue. Si bien esas dos muertes fueron muy directas, infragantes, in situ, y vivenciales -como me gusta la contradicción, "la muerte vivencial"-, la tercera que se ha dado en mi vida, no ha sido tal. Ha sido lejana, pero terrible. "Tu mejor amigo de la infancia, ha fallecido, lo han asesinado". Para que los morbosos -y chismosos indiscretos, como yo seguramente- se queden con la miel en los labios, no contaré como fue. Pero sí, me chocó. Mucho. No pensé ver tanta gente en un entierro, como mil personas. Y al recordar mi niñez, hermosa niñez, había olvidado que los años habían pasado, y que las vidas de todos cambian constantemente. El encuentro con su madre, fue uno de los más dolorosos que me ha tocado presenciar. Como quien llega a un pueblo nuevo pasados veinte años, aparecía en un lugar extraño para mí. Era un forastero, y todos se preguntaban porqué ante él la madre tiene tal desahogo. Y mi mente empezó a sentir. Recordar, rememorar, volver a vivir. ¿Por qué tiene que ser así? Y nuevamente la incerteza es la respuesta. La ausencia se apodera de todo sin que menos nos demos cuenta, y ahora que despierto, veo que ya todo está pasando. Que la vida sigue su curso, y que nos toca a nosotros continuar. No sé qué misterio hay en el dolor, no sé que enseñanza oculta y profunda se esconde detrás. Solo el tiempo quizá me lo pueda demostrar. A lo mejor, es tiempo de cambios, de ir adquiriendo nuevas percepciones, de acercarnos más, antes que sea demasiado tarde. Porque a veces, aunque no lo quiera, lo pienso.
Pero como dice Vasconcelos, -a diferencia de García Márquez, donde el amor puede matar a muchos de sus personajes-, "Ni el dolor ni la tristeza matan" ¿será verdad?
Un saludo a todos,
Pablo
1 comentario
Luis M. Pimentel R. -
Le felicito por ese don de la escritura. Me entero que tambien se destaca en la Actuación en Obras Teatrales.
¡¡DIOS Le Bendiga!!
Hasta luego,
Luis Pimentel
Rep. Dominicana