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PabloLuna

Ese dedo meñique

Ese dedo meñique
La pulcritud era perfecta. Él era un cholo bien. Bien vestido, bien peinado, bien aseado. Desde la planta del pie hasta la coronilla había un halo de limpieza y asepsia que impresionaba. La vestimenta bien planchada como todo lunes de mañana (en su caso quizá sería lo habitual los trescientos sesenta y cinco días del año), el cabello bien recortado, altamente ordenado e incluso engominado, algo que no se usa ya. Ella lo miró con asombro, no era común encontrarse, o mejor dicho toparse en esta ciudad, dentro de estas combis tan caóticas con alguien así. ¡Y que ahora se sentara a su costado! La correa hacía juego con los zapatos que eran tan brillantes como espejuelos con los cordones atados prácticamente equidistantes los arcos de los nudos. Ninguna ajadura en el pantalón que era claro como el sol al mediodía, ni en la formal camisa celeste. En su imaginación le hubiera agregado una corbata color entero con un pequeño detalle al centro y sería su hombre ideal, o al menos el que ella había construido aquella vez que pensó en que necesitaba alguno. 

El aroma del perfume la cautivó. «No es tan cholo como pensé, en cualquier caso es un cholo bien». Hubiera querido hacerle un guiño, algún gesto, moverse sutilmente como quien se acomodaba, pero su educación de antaño con las monjitas canadienses aún hacían eco en su conducta, así también como su educación actual: acababa de llevar un curso de etiqueta, con la tan famosa y respetada autora de aquel dinámico libro "Ese dedo meñique", por lo cual seguía conservando las formas con esa elegancia tan propia y llena de naturalidad. Algo no estaba en duda, no iría a conversar o al menos iniciar diálogo alguno, eso estaba sobreentendido. Pero lo que más pesaba en este proceder era recordar su tan misteriosa edad, eso la contenía. Lo miró de soslayo, sin que él se diera cuenta y notó que era delgado pero fornido, «tiene fibra» pensó, vio su pecho ancho y él al tener que apoyar su brazo en el asiento delantero, para combatir los embates de la ruta, de la precipitación del chofer y su driblear del vehículo al cual ya todos estaban acostumbrados y donde viajaban, tan cercanos, tan apretados que era inevitable; dejaba notar un contonear al antebrazo, por el cual ella se estremeció. Y se sintió más perturbada aún al notar su puño sujetando con firmeza el pasamanos del espaldar delantero, vio la piel tersa y viril y la sintió.

 
Fue entonces cuando un bache de las pistas, de los tantos que sobreabundan, los unió por un instante sin darse cuenta al uno del otro. Ambos se sobresaltaron por el impacto del vehículo y por la sorpresa de «encontrarse», y las miradas se cruzaron y sonrieron. Ella tímidamente ladeó el rostro con coquetería hacia la ventana. Y él, creyó ver a la dama de sus sueños. Blanca marfil, hermosa, con un collar que mostraba sus pechos con ligeras pecas, la piel en la edad cúspide tornándose sonrosada y rojiza por momentos. La buscó pero ella no se dejó encontrar, fingió mirar despreocupada las horribles pistas y el cielo gris, y luego cruzó sus manos como si fuera a rezar, y entonces él cayó en su trampa, pensó que había sido una ilusión, un cruce de miradas accidentales por el sobresalto de aquella combi y nada más. Y cuando ella luego de aquel artificio de elegante displicencia para cautivarlo, volteó la mirada y se cruzó con él, recién le sonrió con mayor soltura que la primera vez.

Entonces, fingiendo una vergüenza que no tenía, fue bajando la mirada, observándolo con aparente ingenuidad pero al detalle: el mentón ligeramente anguloso, el cuello firme, los pechos amplios, el antebrazo que le había impactado, y quería llegar ahí, a ver esas manos que en su imaginación podrían poseer con firmeza lo que quisiera. Vio las manos amplias, los dedos pulcrísimos, recortados, hermosos, los contó como jugando, desde el pulgar, uno, dos, tres, cuatro, hasta que se detuvo en ese dedo meñique y todo su sentir se esfumó. Pidió permiso sin mirarle a la cara, él no entendía lo que sucedía. Casi gritando con cierta indignación les dijo al chofer y al cobrador que detuviesen el carro, ¡tenía que bajar! «¡Deténgase por favor!» Y él mientras le daba el permiso solicitado, le preguntó con una huachafa galantería, mostrando su gangosa voz "¿le sucede algo?". Y sin darse cuenta abrió más ampliamente su mano apoyada ahora en su muslo mostrando sin querer con mayor detalle ese famoso dedo meñique, con esa inmensa y horripilante uña que mediría un par de centímetros más de lo habitual y que acababa de ser pintada con algún esmalte colorido. Ella lo miró con espanto y repulsión, desvió la mirada de su cara hacia sus manos, y no le importó ni el recuerdo, ni la educación de las monjitas canadienses, ni su curso de etiqueta, ni su edad, ni nada, sino que con odio le gritó: "Vete a la mierda, cholo asqueroso". Y se bajó.

7 comentarios

peter montero -

primero fleiciraciones, buen cuento.
y si es verdad que existe ese dedo menique pero xk el racismo, los peruanos somos tan alienados que tomamos la figura de unos europeos pensando que ellos son mejores que nosotros, carajo un poco mas de amor por nuestra raza.

Pablo Luna -

hola ramzes!
gracias por escribir y por leer mi blog!
¿si el cholo se sintió cholo, o un ser despreciable? pues te cuento.
lo primero no lo sé. eso se lo dejo a los lectores, uno escribe para ellos, para que cada uno saque sus propias conclusiones. yo creo que él nunca se ha sentido cholo como tal, creo que ni se conoce, en fin, esa es mi opinión, y eso no está «revelado» en el cuento, ni pretendo ello tampoco. además ella es quien lo etiqueta de cholo.
lo segundo si te lo puedo asegurar, él no se siente despreciable, ni cuenta se da que ella se levanta enfurecida al verle la uña asquerosa. él cree, o piensa que ella está loca o es temperamental o cualquier cosa, pero ni se le pasa por la cabeza que es por un pequeño detalle que él lleva con mucho orgullo. en fin, eso es lo que pienso.
si bien cada cual puede tener su propia conclusión, es alucinante que todos saquemos las nuestras. la historia, el cuento está, y ya cada cual le dará la lectura adecuada.
para la próxima no olvides decir de donde escribes
un saludo a la distancia
pablo

ramzes -

estubo bueno el relato,solo que quisiera saber cual es la opinion del cholo a todo esto, si se sintio cholo o se sintio un ser despresiable como varon,porque pienso , que el enfasis de la atraccion fue mas fuerte entre todo el preambulo....

Cathy -

Pablito, no entro a tu blog muy seguido, pero sabes q me gusta leer tus cuentos y éste (aprovechando para confirmar una de tus respuestas) tiene TODO de real. Incluso con temor a parecer una racista que sabes no creo ser, me siento totalmente identificada con la actitud de la acompañante, no tanto en la atracción inicial pero si en la repugnancia final. Ese dedo meñique SI existe y lamentablemente seguira existiendo.

Luis Pimentel -

¡Oye!....Este si que fue excelente. Me mantuvo en extasis hasta el final...Me sacó todo el airre.

¡DIOS Te Bendiga!

Luis Pimentel
República Dominicana

Pablo Luna -

Rony!
Te aseguro con una fe ciega, con una certeza prácticamente absoluta, con la mano en el corazón, o si quieres incluso ante un libro sagrado, con la convicción que solo la verdadera experiencia práctica que da el vivir día y percibir seguramente con esos ojos en el fondo sensibles de artista, que no sólo un dedo meñique como el que he descrito es real. El Peru, nuestro país, es altamente estrambótico, pintoresco y super enriquecedor. Es una fusión impresionante de personajes que transitan día a día. Basta mirar bien, y darse cuenta nada más. Y aquí entre nos, te digo nuevamente con esa certeza que ese dedo meñique sí existe.
Un abrazo,
Pablo

Ronny -

Me gusto bastante, sobre todo el final impredecible.
Crees que pueda pasar esto ??

Ronny