El Perro y la M (Fuego contra fuego)
Fuego contra fuego.
No sé si te ha pasado. A mi sí. A menudo. Esas ganas inmensas, descomunales, -que no nacen precisamente ni de la mente ni del corazón, sino más bien de eso que pone la gallina día a día- de mandar todo a la infinita mierda. ¡Cómo me encanta esa palabra! ¡Mierda! (Como «sangre», dicho sea de paso). (Para los que me leen por primera vez, -y se sienten "¡OH!" indignados (a lo burgués -seguramente-) por la "grosería", pues dejen de leer y punto -además no son mi "público objetivo" (sic ;) )-, o en su defecto si son más "civilizados" lean el artículo anterior, donde hablo de mi amor por la palabra). En fin. Estabámos en esto de las ganas de... lo que decíamos... de romper con todo lo que te rodea, de detenerte para destruir todo lo que encuentras por cualquier parte. Pero a la vez con ganas también de olvidar, de escapar... de donde estás... De la cárcel... La cárcel que es tu cuerpo, tu casa, tu trabajo, tu país, tu mundo. Porque ya no aguantas, ya no soportas, porque te sientes como un Cristo llevando no sé qué pesada cruz...
Casi a la medianoche -¡como una fiera!-, con la cabeza y el corazón hirviendo, (cosa que es altamente peligrosa, solo debe hervir uno, no los dos, dicen los entendidos). Sería la influencia de la luna, (tan fuerte y enigmática, que hasta parecía un sol blanco -la luna, no yo-). No lo sé. Cierro la puerta de mi habitación, recorro el pasadizo, y abro la puerta principal. (Para encontrar seguramente algo de mi ansiada liberación. -Me doy cuenta que soy muchas veces como un animal salvaje que necesita solo de la naturaleza para vivir en libertad-) Y al abrir la puerta, su presencia en seco detuvo por un instante mi latir y todas sus pulsiones. Si tuviera el doble de mi edad, seguro hasta que me daba un infarto. Me quedé sin siquiera poder sacarle la madre, o emitir sonido alguno. Un Are.. Un Ajo... Un Erda... ¡No! Nada. Me quedé mudo. Llovía como nunca, la pista se veía empapada, mojada, como muchas... El jardín bañado (¡ya era hora!) y la garúa fuerte que seguía cayendo, cayendo, como las notas de un piano ejecutando algún estudio de Chopin, y él. El. Ahí parado frente a mí , temblando, pidiéndome ayuda. (Quien sabe hasta enfermo tal vez). La distancia entre nosotros era solamente de dos o tres centímetros. No más. ¡No más!
Pero las ganas no se fueron, no se han ido aunque la luna ya se fue. Y la mierda sigue ahí sin poderla extirpar. (Y no hablo de estreñimientos. Puedo jactarme, -como decía aquella publicidad para niños "yo sé cuidar mi cuerpo... yo sé cuidar mi cuerpo", que hasta ahora a diferencia de muuuchos peruanos, (dicen que tenemos los más altos índices de médicos gastroenterólogos del mundo, ¿será cierto?) los problemas estomacales no son lo mío -¡es que hay que saber comer! ¡La gente se mete tantas porquerías por todos lados! ¡Y a mí me encanta comer! ¡De todo!- (Entiéndase comer como mejor les parezca) -. Pero las ganas siguen ahí... mezclándose -probablemente- ahora con la sangre. Y generando toda esta sensación de querer tomar el primer bus que aparezca o la primera combi, o el más avezado aventón -con quién sea, cómo sea, a dónde sea- aunque sea a Huacho, para respirar mejor. Honda, profunda y libremente. ¿Yo que culpa tengo? ¿Ayudar es pecar? ¿Compadecerse es ser vil? Es cierto que hay que cosas que no estamos obligados hacer, pero que sino las hacemos somos viles eh? (Como casi siempre lo somos). Si por ejemplo, ante un juez el culpable se arrepiente sinceramente, admite su culpa al menos, dicen los jueces que la pena es menos severa. Aunque al final eso depende del pensamiento del juez. (Bueno, no hablemos de jurisprudencia por ahora, que ya estoy cansado de esos términos de M, que terminan enredándonos más, porque en honor a la verdad, la vida es más simple de la que nos pinta aquella pequeñuela, Libertad. (Sí, la de Mafalda, no la estatua).
Y entonces lo recogí. Lo hice pasar, y lo puse en el garage de mi casa. ¡Pero es que la lluvia era muy intensa! ¡Y él temblaba! Y quien nunca ha visto literalmente los ojos de un carnero degollado no puede comprenderme. Definitivamente, no puede hacerlo. Porque esos ojos estaban en ese pequeño animal, chusco, pobre, misio, osea perro al fin. Hay que tener corazón de piedra, -o no tenerlo figurativamente, a lo mejor solo un pedazo de carne que late (el corazón, no otra cosa)-, para al menos no hacerlo pasar. ¿Qué daño iba a hacer? Pero incluso si tuvieras corazón de piedra, al menos lo dejabas en el jardín con una caja encima. Estoy seguro. Pero a lo mejor, hubieras hecho lo que medio mundo hace. "¡Fuera perro de mierda!". ¡Pero yo no pues!. No iba hacer eso. (Alguna vez, lo admito y reconozco con un humano, se lo merecía! Pero ese es otro cantar). (Ahora hablemos un poco de las dos partes, de la dualidad contradictoria con el trato a estos animales) : Es cierto que tengo mis rollos -muy personales- con aquellos "defensores de los animales", -que a mi parecer son bien bestias ellos-, porque en su gran mayoría -aunque es un pecado generalizar- (pero ahora quiero hacerlo) la gran mayoría de ellos -ojo! hay un margen que NO, seguro en ese margen estás tu!- Pero la gran mayoría, ¡caramba! qué los cuidados, qué el aseo, qué la comida, qué la casita, qué etc, etc, etc. Pero para con un humano, -su padre anciano, su madre necesitada, o sea quien sea- ni un mendrugo de pan, ni un vaso de agua. Sí, ¡ni la sal ni el agua! (Entre humanos nos tratamos así, es lo más común). Entonces, yo tengo mis líos con estos "defensores" (jaja, defensores) de las bestias, de los animales. ¡Ellos son los animales!. Porque cuando ven un niño, un necesitado, pareciera que no vieran nada. Y cuando ven un perro carachoso, o enfermo, con distemper, que debiera morir (o matarlo -eso sería lo más saludable-), ¡No, que va! Lo atienden como al príncipe de Gales. (¡¡¡Cosa que pudieran hacer con un niño!!! -Por ejemplo-) Eternas contradicciones de la raza humana, basadas porsupuesto en la libertad de elección. Pero en fin, es mi simple opinión. (Estamos acá para opinar).
Lo puse en el garage, le puse unos periódicos, le cerré la puerta y empezó a llorar. Entonces, recordé la famosa frase "el que no llora no mama" y los perros (literales y simbólicos) ¡qué bien que la saben! (Unos por necesidad, otros por maña -de esos abundan, y luego te cuento, que también es parte del otro cantar-). Le traje algo de alimento que encontré -¡con que avidez engullía! Me sentía su padre viéndolo ahí comiendo su comida, y yo todo idiotizado y con una sonrisa de complacencia por el show, ¡Hasta movía la colita de felicidad!- Terminó y se tumbó en los papeles. Lo dejé tranquilo y me fuí. Regresé en un par de horas. Un poco liberado de las ganas de M... habían bajado. No desaparecido, pero sí disminuído. "La lluvia purifica el espíritu" dicen, "Calma las pulsiones" mencionan otros, "Simplemente moja", digo yo. Y a veces me gusta estar mojado. Seamos sinceros ¿A quién no? Incluso en un invierno como éste.
Pero yo no sabía, -pequeño detalle- ni presentía -menos aún imaginaba- que al dichoso perro, lo iban a atender -¡como atienden los defensores de los animales a los mismos! - : Alguien, hasta ahora queda la incógnita -una mano negra, o blanca- lo instaló en el asiento trasero del dizque BMW (¡del año cincuenta del siglo pasado!) que acababa de traer el niño Goyito de la casa. Además, la mano negra, u otros le sacaron una colcha -muy bella ella, como la dueña- tejida a mano de la doña, la madre, para taparlo por el frío. Y por si las dudas, ¡le ofrecieron otro plato más! (¡Ojalá! ¡Ojalá ¡Ojalá a mí me trataran así! Digo no más, pienso en voz alta nada más -¡¡¡Quiero saber quién es esa mano negra, para decirle que lo haga conmigo alguna vez!!!- Seguramente debe ser un/una "defensor/a de los animales" Eso ni dudarlo).
Entonces la M, volvió a resurgir.
Ese día la leona (que dicho sea de paso, un pequeño detalle no más, lee de lo más calmada todos sus libros de Metafísica y sabe de memoria muchos fragmentos de la Biblia que también la lee fielmente día y noche). Ese día me esperaba, rugiente, caliente, encendida para hacerme su presa. Ese día, la leona me buscaba para culparme, para lapidarme. Ese día, la leona me embistió y me atacó. (Y la Biblia y la Metafisica y el coctel holístico, integracionista, nuevaerista islámico-cristiano-judío-budista se perdieron por algún lado del planeta. Se fueron a la M). (¡El problema no era el perro!. ¡Tampoco la bella colcha hecha por su propia mano! ¡¡¡Sino la falta de cuero de unos diez centímetros del asiento trasero del auto destartalado (¡¡¡que ya estaba así -desde antes del perro-!!!) de su inocente cahorrito!!! El problema era el uso del asiento ya destartalado del amado niño Goyito).
Ya no había luna llena, ya no habían pulsiones encendidas, ya no había fiebre interna, ya mi cuerpo no era una cárcel, aunque la leona quería más que nada enjaularme y/o expulsarme. Así de contradictoria es. Me miró a los ojos, giró sagazmente y se enfrentó con el león. Y cuando la leona atacó, el león respondió, la mierda salió y a todos nos ensució. La sangre porsupuesto también salió. La melena se encrispó. El cachorrito estaba detrás de ella, mirando todo con mucho temor y temblor, cobijándose y escondiéndose ¡cómo si nadie lo mirara! Pero él no veía una leona como yo, sino una linda y hermosa Gallina -¡de pelea seguro!-, robusta, guapa y fina, y él bajo sus hipotéticas alas señalándole y diciéndole que viera el asiento: ¡los diez centímetros de cuero que nunca existieron y querían culpar al perro de ello!. El fuego ardiente se encontró con más fuego airoso, un par de llamas demasiado intensas, fortes, firmes, y decididas; y el aire ahí tímido, medroso, sin saber a donde quería realmente ir, azuzaba danzando alrededor de ella. Y luego de los desgarros, luego de la salvajada, luego de la animalada, luego de este fuego contra fuego, las fieras se midieron, se conocieron... ¡una vez más!
Ahora, la Biblia y la Metafísica, parecen haber retornado y de paso una nueva colcha está haciéndose para el cachorro y para tapar el pequeño hueco de su asiento.
Hoy salí nuevamente, con esas ganas inmensas y descomunales... que renacen sin saber de dónde ni porqué. Y hoy, en la puerta, me lo volví a tropezar. Pero ya no era de noche, ya no había lluvia, ya no hacía frío. Sólo el sereno de la mañana. Esta vez, actué como tú, como él, como ella, como cualquiera: "¡Fuera perro de mierda!"
Hay días que uno tiene ganas de mandar todo a la mismísima!
Un saludo de M!
Pablo